miércoles, 9 de octubre de 2013

Camino '87 11ª Jornada: Mansilla de las Mulas - León (17 kms.)


(Por algún motivo extraño, se nos resiste el perfil de la etapa)

Después de meterse al cuerpo más de 70 kms. en dos días por tierras más bien inhóspitas, sin más paisaje que la llanura y lejanísimas siluetas montañosas al norte que debieron parecer espejismos del calor, la 11ª jornada prometía ser un festín: 17 kms. muy llevaderos, camino que empieza a ondularse, el verde que asoma –muy tímidamente, pero asoma- y, sobre todo, la perspectiva de llegar a una ciudad, donde además estaba previsto un día de descanso, vamos, un lujo asiático para los esforzados caminantes.

Villamoros
Imaginamos que rebosantes de ánimo por semejante perspectiva, sale el grupo de Mansilla de las Mulas, tomando el camino rumbo ligeramente Norte, paralelo a la N-601. Antes de llegar a VILLAMOROS (unos 6 kms.) ya tenemos constancia de que el horizonte ha dejado de ser infinito, porque por la derecha hay una pequeña altiplanicie que, aunque no levanta más de 50 metros, sirve para quebrar la enloquecedora imagen de la línea recta.

Atravesamos el río Porma y, después de VILLARENTE (km. 302) podemos confirmar que algo ha cambiado; ya no sólo hay campos inmensos y vacíos, las explotaciones agrícolas alternan con casas o pequeños barrios que se van sucediendo con cierta regularidad. Después de todo, hay vida humana a nuestro alrededor.

Puente sobre el Porma
En algún punto de esta etapa se perdió una de las integrantes del grupo. Parece imposible algo así en estos caminos rectilíneos y despejados. Pero no lo es tanto. En recorridos de tantas horas es evidente que el grupo no se desplaza unido, cada uno coge su ritmo, unos se adelantan, otros se retrasan o se paran a descansar. Así que puede que alguien se despiste en un cruce y se vaya para otro lado. En esta época no hay móviles, así que no hay otra que fijar un punto de paso y sentarse a esperar.

La cosa pueden ser unos minutos o puede ser mucho más tiempo, depende de la magnitud del error y de cuándo se haga patente; pero ver pasar quizá horas sin que aparezca el colega puede ser un papelón (a servidor le tocó una vez una espera de estas características). A causa de este incidente, uno de los chavales comentaba que esta fue la peor jornada, con lo que el marrón debió adquirir proporciones importantes.

Llegando a Arcahueja
En menos de 5 kms. atravesamos ARCAHUEJA  (km. 306) y el latido de la civilización se hace cada vez más presente. En VALDELAFUENTE los edificios, granjas y pabellones industriales se suceden de continuo. Superamos los apenas 100 metros de desnivel del Portillo y vamos ya bajando para entrar en LEÓN  (km. 313) por Puente Castro.

Antes de entrar, comentaremos algo a lo que ya me he referido en alguna otra entrada del blog, y es lo que llamo ‘síndrome del Camino de Santiago’: estamos a las afueras del casco urbano de alguna localidad más o menos grande, quizá en alguna pequeña colina desde donde tenemos una buena vista. Y decimos ‘bueno, por fin, hemos llegado’. Empieza uno a andar, entramos en las primeras calles, primero por las afueras, giramos a un lado, al otro, con el agobio creciente de que hay que llegar, y las calles se van sucediendo sin fin, parece que damos vueltas sin sentido y, en definitiva, lo que parecía tan próximo, se hace interminable.

De esto se quejan por ejemplo algunos peregrinos cuando llegan a Bilbao, que se tienen que cruzar el botxo para acceder al albergue, unos 3 kms. entre calles, desde el alto de Santo Domingo hasta Basurto. Y ni cuento (por ahora) lo que ocurre en el propio Santiago, desde que se ven las agujas de la catedral en el Monte do Gozo hasta que llegas a la escalinata.

Catedral de León
Tras este paseíto mañanero desde Mansilla, sumado a los diez días de marcha anteriores, meterse en una ciudad es un poco como aterrizar en Marte. Lo que era todo silencio y soledad ahora son ruidos, gente, edificios que parecen gigantescos… pero de todas formas, parece que la expedición (suponemos que después de recuperar a la chica extraviada) no cabe en sí de euforia. Y si no, lean: ‘León ¿qué se puede decir de la romana Regio Séptima Gémina? Su catedral, la pulchra leonina, con vidrieras de colores, resaltadas por el sol, filigranas en las piedras de sus muros…’ y continúa con San Isidoro, San Marcos… El pobre cronista no sabía ya a dónde mirar, después de más de 200 kms. de páramos solitarios.

Posando en San Marcos

Y es que León es una ciudad tan extraordinaria por su patrimonio histórico como acogedora y amigable con el visitante. Por nuestra parte añadiríamos a lo ya citado la casa Botines de Gaudí, el palacio de los Guzmanes, las murallas y, sobre todo, la Plaza Mayor, con su encantador mercado, y rincones tan amables como la plaza del Grano. Y bueno, para no perder el hábito, tampoco olvidaremos el Húmedo, conjunto de callejuelas medievales repleto de bares donde meterse unos tragos y unas soberbias tapas.

Todo esto y un día de descanso por delante, pero no sólo eso: ‘En León celebramos el Día de la Sardina en el paseo de Papalaguinda a orillas del río Bernesga, con paila y una caja de sardinas mandadas expresamente desde Santurce por la popular Nerea’, que suponemos será una sardinera, pescatera o similar.

¡Sardinas en León!
Esto ya es lo nunca visto. Para los no iniciados, el Día de la Sardina es como un prólogo de las fiestas de Santurtzi, cuando se asan sardinas al aire libre en las calles ocupadas por las pailas (parrillas), repartiendose el pescadito gratuitamente entre la gente, lo que genera un gran mogollón. Así que debió ser un puntazo hacerlo a más de 300 kilómetros de casa, sin olvidar la admirable coordinación y eficiencia necesarios para que toda la logística estuviese a punto justo el día señalado.

Lo que no sabemos es si contaban con los permisos municipales oportunos, o lo hicieron por la brava. Pero  en todo caso cepillarse las sardinitas junto al río tras los once días de pateo tuvo que ser una experiencia para no olvidar.

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