viernes, 11 de abril de 2014

Había una vez...

… dos hermanos, buena gente, de cuyas aficiones montañeras no tengo constancia, pero que, según me contaron hace mucho, hacían cada uno una colección.
       
      Por lo visto, Antonio coleccionaba piedras de los diferentes lugares por donde se dejaba caer. No es una colección de minerales, sino de simples pedruscos, trozos de la tierra por donde uno pisa en un determinado lugar. Es bonito, es literalmente traerte un pedazo del sitio donde has estado.

A veces se tratará de cosas significativas, no sé, un mineral férrico de una zona característica, una caliza de una de esas pedreras de alta montaña, un canto rodado de un río determinado…  Pero digo yo que la mayor parte no nos dirán nada por sí mismas acerca de su origen, serán simples piedras que podrían proceder de cualquier sitio, y sólo nosotros le daremos realmente el valor representativo que a la vista no tienen.

Por ese mismo camino llegamos a la colección de Patxi. Si las piedras de una colección van a tener, salvo excepciones, ese carácter aparentemente fungible e intercambiable, el colmo de ese proceso es coleccionar agua.

Patxi coleccionaba agua de distintos sitios, agua que guardaba en frasquitos de cristal, imaginamos que pequeños (por cierto, de dónde los sacaría?), y suponemos también que adecuadamente etiquetados, como corresponde a la personalidad rigurosa y racional de un hombre de ciencia.


La idea me parece sublime. No sólo por lo original, sino porque constituye la esencia misma de una colección. Lo que nos traemos para casa no sólo no sirve para nada, sino que ni siquiera es bonito, todos los frasquitos son idénticos y la colección carece de todo valor. Es como reunir sueños.

Aunque, conociendo un poco al personaje, tampoco me extrañaría que hubiese hecho pasar todas las muestras por un microscopio para elaborar un catálogo detallado con la composición, dureza, mineralización, o cosas por el estilo, de cada una las muestras.

Por qué no se me ocurriría a mi. Ahora tendría la casa llena de piedras y frasquitos que no sabría dónde meter, y en los que sólo yo vería la imagen de lugares y paisajes que recordar.

El deseado

Se ve que hoy andamos con un puntito abstracto que nos lleva a pensar en objetos representativos, o el valor de cosas en apariencia iguales pero que proceden de diferentes sitios… Y de todo esto a los mojones de montaña no hay ni dos pasos.

Ermua, en todo lo alto
Al margen de la alegría que nuestro espíritu experimenta a veces cuando divisamos un vértice geodésico después de una ardua ascensión, yo creo que muchos hemos estado durante demasiado tiempo en un error garrafal. Por lo menos, yo confieso (no sin cierta vergüenza) que hasta hace un tiempo pensaba que los mojones servían para señalar el punto más elevado de un monte.

Pero resulta que, aunque la mayoría de las veces la realidad tiene algo que ver con esta primera impresión, la auténtica función del vértice geodésico es otra muy distinta. En realidad, se trata de puntos
Gaztelu: no está en un monte
desde los que trazan triángulos a partir de los cuales se elaboran las cartografías. Habitualmente están, en efecto, en la cima de las montañas, porque sobre ellos se colocan los aparatos de medición topográfica, y por tanto deben estar bien visibles para poder divisarse desde los otros vértices del triángulo. Pero estas condiciones también se cumplen sin necesidad de encontrarse en una cumbre, como observamos en varias de las fotos que andan por aquí.

Seguramente es también la razón de que no se encuentren allí donde las cimas están ocupadas por antenas o cosas similares, donde el mojón quizá no es necesario. Ni se encuentran tampoco en lugares muy próximos entre sí. Es por ello que hay bastantes más buzones (de los que hablamos en otra ocasión) que mojones.
Y este de Bakio, tampoco

Bueno, y para no ponernos pesados, más detalles sobre el asunto los encontramos en la página del Instituto Geográfico Nacional (IGN). De forma más asequible nos explican el tema en este blog, o en La Coctelera, además de la inevitable Wikipedia. Pero desde el punto de vista didáctico nos ha gustado mucho esta página de Montañas del Sur.

A lo que podríamos añadir que algunos lucen o han lucido algunas decoraciones, como nuestro modesto Malmasín. Pero, ojito, que están protegidos por la Ley 11/1975 de 12 de marzo de Señales Geodésicas y Geofísicas, nada menos.
Ganeroitz, con greca multicolor




Pico Ramos, ni con ayuda de la ley







Así que, nos pongamos como nos pongamos, queda claro que el del Ganeko no era para ayudar a que llegase a los 1.000 metros, no.

MSB

Y vamos con otro volumen de nuestra biblioteca para paseantes ociosos. Se titula, en efecto, ‘Montes y senderos de Bizkaia’ (Everest, 2002), lo firman Javier Cabado y Javier Martínez, y reúne no sólo ascensiones sino también rutas varias por nuestra geografía, en total 37. Con algunas excepciones, la mayoría resultan bastante asequibles en dificultad y longitud (alrededor de los 10 kms.), diríamos que a veces un escalón por encima de lo que usualmente posteamos en el blog.

Tras una interesante introducción general sobre Bizkaia, los recorridos se distribuyen, quizá de forma un poquillo arbitraria, en cuatro zonas (Arratia, Gran Bilbao, Costa, Durangaldea y Encartaciones), con una amplísima ficha de información práctica de cada una.

Los itinerarios se identifican astutamente mediante la inicial de su zona correspondiente, y algunos de ellos se acompañan de un artículo sobre características del entorno (tradiciones, curiosidades, historia). Todos los trayectos se resumen en un mapa a modo de índice.

Pero sobre todo hay que decir que la información sobre los recorridos es exhaustiva y certera al 100%: nos da longitud, desnivel, tiempo total e intermedios, todo con precisión absoluta y descripciones inmejorables. Hay que decir que hemos hecho un par de las rutas propuestas, y hemos cotejado datos de otras conocidas, y la información es perfecta. Vamos, que para nosotros quisiéramos tanta exactitud.

Así que lo único que echamos de menos es quizá algunas otras zonas por donde el libro no asoma aunque, claro, todo no puede entrar en un formato de bolsillo. Igual es que en realidad estamos perdiendo sentido crítico, pero lo cierto es que no encontramos manera de sacarle un defecto, el trabajo es impecable y hasta el prólogo merece ser leído con atención.

Bueno, tal vez el precio me pareció un poco alto, y eso que lo compré en la Feria del Libro de ocasión, como es costumbre de la casa. Pero sin duda merece la pena.

Misterios sin resolver (II)

Como parece que nadie fue capaz de desentrañar nuestro primer misterio, aquí va el segundo.

En mi opinión éste es todavía más raro: no se ve bien, porque es una foto de móvil, pero es una especie de entramado de hormigón que se diría que fue la base de algo, una instalación de tipo industrial, no sé.

Está muy cerquita, en Artxanda, y bastante visible sin tener que meternos en sitios extraños; pero también está en un lugar aislado, lo que quizá incrementa el efecto desconcertante. Veanlo y nos traen Uds. la respuesta.


1 comentario:

  1. Ups! Patinazo gordo: lo de las piedras no era de Antonio sino de Agurtzane.

    Lo siento Agur, a cada uno lo suyo.

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