Después de la anterior etapa light (18 kms.), aderezada además con pintorescos momentos hosteleros y musicales, toca espabilar, porque si no, no llegamos.

Ahora siempre rumbo al Oeste, en unos 5 kms. desde Carrión se dejan por la derecha las ruinas de la abadía de Benevivere (nombre con curiosas resonancias latinas), y a partir de aquí vienen unos larguísimos 12 kms. atravesando la nada. No es que lo digamos nosotros. Este blog, por ejemplo, se despacha así de a gusto: 'Dice la guía que en esta etapa (...) tendremos 17 kms. de soledad. No es verdad. Son todos los 26,5 kms. de soledad. Es cierto que en los primeros 17 no hay ni un pueblo ni nada: todo es horizonte sin fin: campos y nada más. Bueno no es cierto: pajarillos que cantan y la mano de Dios donde quiere verse. Pero, aparte de eso, soledad absoluta.'
Aprovechamos entonces el vacío de información para comentar cómo a lo largo de la singladura el grupo recibe en varias ocasiones la visita de amigos o familiares expresamente desplazados. Desconocemos cuántas fueron estas visitas o en qué lugares se produjeron los encuentros, pero me interesa el aspecto psicológico.
Aunque son comprensibles las ganas que los allegados tuvieran de ver a los chavales, inmersos en tan loca aventura, no tengo claro que la idea fuese buena. Será lógica la satisfacción por encontrarse con la familia, y no digamos por recibir provisiones de ropa limpia, jamoncito bueno o chucherías; pero pienso que una de las claves para soportar el Camino es precisamente saber sumergirse en la soledad (individual o colectiva) y asumir interiormente la tarea hercúlea que uno está afrontando.
Si de repente aparecen los aitas y el hermanito, bajando del coche sonrientes y perfumados, con el perro y la bolsa del Eroski, puede ser como despertarse de golpe de un sueño al que forzosamente vas a tener que regresar un rato después. Y volver después a ponerse las pilas y desconectar otra vez de la civilización no debe ser nada fácil. Menos aún en estas interminables llanuras abrasadas por el sol de julio.
Tras este terrible trecho de 17 kms., llegamos a CALZADILLA DE LA CUEZA (km. 240), núcleo minúsculo, aunque al menos constituye indicio de presencia humana, donde nos aproximamos al cauce de un nuevo río (el Cueza, claro). Si bien es posible seguir en paralelo a la N-120 , parece que la expedición continuó por una variante que, desviandose por la izquierda a unos 2 kms. del pueblo, pasa junto al
antiguo hospital de TIENDAS.
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Antiguo monasterio de Tiendas |
En otros 4 kms. accedemos a LEDIGOS (km. 246), en cuyas cercanías parece que se encuentra la mitad más o menos exacta del Camino, si se parte de Roncesvalles-Orreaga.
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Llegando a Terradillos |
Diremos de paso que en tiempos bastante recientes, además de acondicionarse un trazado peatonal prácticamente completo para evitar circular por carreteras, se procedió a la plantación de árboles en muchos tramos, lo que sin duda alivia el abrasador tránsito por estos severos parajes.
Tras abandonar Palencia, nos adentramos en la provincia de León, lo que de alguna manera suena a gran avance en la búsqueda de nuestro objetivo gallego. El último empujón son unos 6 kms. en los que tampoco encontraremos nada digno de mención, hasta cruzar el río Valderaduey y avistar ya las primeras casas de nuestro fin de etapa.
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Sahagún a la vista |
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Arco de San Benito |
Al margen de nuestro cronista habitual, nos cuentan que el mismísimo alcalde de la localidad –que, insistimos, no es una aldea- salió a recibirles en moto. Lo cual da una idea del impacto que en la época suponía la llegada de un grupo tan numeroso de peregrinos, aun encontrandonos en pleno Camino francés.

Así que, entre la discoteca de Melgar, las monjas cantoras del día anterior y el alcalde motorizado, se podrá decir que el trayecto por la meseta iba siendo duro, pero nadie negará que va teniendo su puntito.