Para la expedición santurtziarra encontrarse en el Camino francés debió ser algo relativamente emocionante. Por fin estamos en una ruta que alguien más sabe por dónde discurre, además de en un itinerario histórico. Así, nuestros peregrinos no sólo han dejado de partir à la découverte, sino que en adelante irán detectando signos (un mojón, la típica vieira, quizá las flechas amarillas) de encontrarse en la ruta jacobea, lo que debe tener algún componente psicológico beneficioso, en plan ‘ya no estamos solos del todo’.
El cambio se pone de manifiesto de inmediato: tras siete días de trato únicamente con la gente de los pueblos (añadimos que seguramente perpleja ante semejante comitiva), ‘a partir de Frómista, ya en el Camino francés, la relación se hizo intensa, enriquecedora con gentes de todas las naciones y del resto de comunidades’. Así que nuestros solitarios amigos pasan a sentirse confortados por contar con compañía, aunque fuese realmente limitada. Recordamos (ver datos en la primera entrada) que el número de peregrinos en todo el año 87 no llegó a los 3.000 (includio nuestro grupo), frente a los 150.000 de la actualidad.
Por si fuera poco, subrayan que en adelante ‘siempre nos dieron un refugio a cubierto’, lo que parece dejar claro que en el tramo anterior hubo alguna que otra noche al raso. Bienvenidos pues a un mundo nuevo.
Saliendo de Frómista hacia poniente, el Camino sigue la trayectoria de
Aunque giramos ligeramente a NW, el paisaje sigue dominado por las interminables llanuras atravesadas en línea recta, ‘escoltados por trigales rubios y cantos de codorniz’, como señala el relator en otro ramalazo poético. Pero por aquí contamos unos cuantos pequeños cauces fluviales y algunos canales, que hacen reverdecer un poco el paisaje, con regadíos y algunos árboles, álamos, chopos y cosas por el estilo. El relato añade así que ‘de vez en cuando aparecía una fuente y rápidos canales de agua para el regadío rompían la monotonía del camino’.
Es probable que al menos parte del trayecto lo hiciesen por la misma carretera, porque el acondicionamiento de muchos tramos del Camino al margen de la calzada es algo bastante posterior.
En otros 4 kms. alcanzamos VILLALCÁZAR DE SIRGA, también conocido como Villasirga (km. 228), donde se hace una pausa, con visita a la iglesia de Santa María la Blanca , uno de esos edificios que impresionan por su envergadura en poblaciones tan pequeñas.
Santa María de Villasirga |
Pero la parada tiene un foco de interés inesperado. Como lo atestigua el curioso sello que aparece en la credencial, se dejan caer en un establecimiento llamado ‘Pablo el Mesonero’, lo que evoca sitio bien castizo y agradable. No sólo eso, sino que cuentan cómo el tal Pablo ‘nos obsequió con sopas de ajo regadas con el licor del peregrino’, nada menos. No hemos probado ese licor (habrá que
solucionar eso), pero seguro que luego las piernas irían más ligeras, o al menos el espíritu llevaría otro ritmo. Tampoco sabemos si el mesonero seguirá en activo pero, de cualquier forma, le enviamos el afectuoso saludo de nuestros amigos de Santurtzi, que pasaron por allí hace un cuarto de siglo.
Y, casi sin tiempo para más, llegamos a CARRIÓN DE LOS CONDES (km. 222,5), fin de etapa. Es una localidad de mayor rango que la mayoría de las visitadas, y capital de
Puente sobre el río Carrión |
Monasterio de Santa Clara |
Y ya que la jornada trae sorpresas, una más. Nos dicen que en el monasterio de Santa Clara hay ‘dos religiosas vascas, una sobrina de D. Miguel de Unamuno con 89 años y otra de 79, hija de un médico de Zalla’, las cuales, armadas de órgano y acordeón, les deleitaron con ‘canciones de nuestra tierra y sonidos celestiales de su órgano barroco’. Vaya tela.
Parece que finalmente quedan albergados en el refugio parroquial, tras una etapa que debió parecerles un paseo por el campo: distancia muy discreta, sin desniveles y con más gente, aunque fuese poca, compartiendo aventura. Y encima, con gastronomía de Pablo el Mesonero y banda sonora de las monjas vascas. Inolvidable.
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