(Por algún motivo extraño, se nos resiste el perfil de la etapa)
Después de meterse al cuerpo más de 70 kms. en dos días por tierras más
bien inhóspitas, sin más paisaje que la llanura y lejanísimas siluetas
montañosas al norte que debieron parecer espejismos del calor, la 11ª jornada
prometía ser un festín: 17 kms. muy llevaderos, camino que empieza a ondularse,
el verde que asoma –muy tímidamente, pero asoma- y, sobre todo, la perspectiva
de llegar a una ciudad, donde además estaba previsto un día de descanso, vamos,
un lujo asiático para los esforzados caminantes.
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Villamoros |
Imaginamos que rebosantes de ánimo por semejante perspectiva, sale el
grupo de Mansilla de las Mulas, tomando el camino rumbo ligeramente Norte,
paralelo a
la N-601. Antes
de llegar a VILLAMOROS (unos 6 kms.) ya tenemos constancia de que el horizonte
ha dejado de ser infinito, porque por la derecha hay una pequeña altiplanicie
que, aunque no levanta más de
50
metros, sirve para quebrar la enloquecedora imagen de la
línea recta.
Atravesamos el río Porma y, después de VILLARENTE (km. 302)
podemos confirmar que algo ha cambiado; ya no sólo hay campos inmensos y
vacíos, las explotaciones agrícolas alternan con casas o pequeños barrios que
se van sucediendo con cierta regularidad. Después de todo, hay vida humana a
nuestro alrededor.
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Puente sobre el Porma |
En algún punto de esta etapa se perdió una de las integrantes del grupo.
Parece imposible algo así en estos caminos rectilíneos y despejados. Pero no lo
es tanto. En recorridos de tantas horas es evidente que el grupo no se desplaza
unido, cada uno coge su ritmo, unos se adelantan, otros se retrasan o se paran
a descansar. Así que puede que alguien se despiste en un cruce y se vaya para
otro lado. En esta época no hay móviles, así que no hay otra que fijar un punto
de paso y sentarse a esperar.
La cosa pueden ser unos minutos o puede ser mucho más tiempo, depende de
la magnitud del error y de cuándo se haga patente; pero ver pasar quizá horas
sin que aparezca el colega puede ser un papelón (a servidor le tocó una vez una
espera de estas características). A causa de este incidente, uno de los
chavales comentaba que esta fue la peor jornada, con lo que el marrón debió
adquirir proporciones importantes.
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Llegando a Arcahueja |
En menos de 5 kms. atravesamos
ARCAHUEJA (km. 306) y el latido de la civilización
se hace cada vez más presente. En VALDELAFUENTE los edificios, granjas y
pabellones industriales se suceden de continuo. Superamos los apenas
100 metros de desnivel
del Portillo y vamos ya bajando para entrar en
LEÓN (km. 313) por Puente Castro.
Antes de entrar, comentaremos algo a lo que ya me he referido en alguna
otra entrada del blog, y es lo que llamo ‘síndrome del Camino de Santiago’: estamos
a las afueras del casco urbano de alguna localidad más o menos grande, quizá en
alguna pequeña colina desde donde tenemos una buena vista. Y decimos ‘bueno,
por fin, hemos llegado’. Empieza uno a andar, entramos en las primeras calles, primero
por las afueras, giramos a un lado, al otro, con el agobio creciente de que hay
que llegar, y las calles se van sucediendo sin fin, parece que damos vueltas sin
sentido y, en definitiva, lo que parecía tan próximo, se hace interminable.
De esto se quejan por ejemplo algunos peregrinos cuando llegan a Bilbao,
que se tienen que cruzar el botxo para acceder al albergue, unos 3 kms. entre
calles, desde el alto de Santo Domingo hasta Basurto. Y ni cuento (por ahora)
lo que ocurre en el propio Santiago, desde que se ven las agujas de la catedral
en el Monte do Gozo hasta que llegas a la escalinata.
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Catedral de León |
Tras este paseíto mañanero desde Mansilla, sumado a los diez días de
marcha anteriores, meterse en una ciudad
es un poco como aterrizar
en Marte. Lo que era todo silencio y soledad ahora son ruidos, gente, edificios que parecen gigantescos… pero de
todas formas, parece que la expedición (suponemos que después de recuperar a la
chica extraviada) no cabe en sí de euforia. Y si no, lean: ‘‘León ¿qué se puede decir de la romana Regio Séptima Gémina? Su
catedral, la pulchra leonina, con vidrieras de colores, resaltadas por el sol,
filigranas en las piedras de sus muros…’ y continúa con San Isidoro, San
Marcos… El pobre cronista no sabía ya a dónde mirar, después de más de 200 kms.
de páramos solitarios.
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Posando en San Marcos |
Y es que León es una ciudad tan extraordinaria por su patrimonio
histórico como acogedora y amigable con el visitante. Por nuestra parte añadiríamos a lo ya citado la casa Botines de Gaudí, el palacio de los Guzmanes, las murallas
y, sobre todo,
la Plaza Mayor,
con su encantador mercado, y rincones tan amables como la plaza del Grano. Y
bueno, para no perder el hábito, tampoco olvidaremos el Húmedo, conjunto de
callejuelas medievales repleto de bares donde meterse unos tragos y unas
soberbias tapas.
Todo esto y un día de descanso por delante, pero no sólo eso: ‘En León celebramos el Día de la Sardina en el paseo de
Papalaguinda a orillas del río Bernesga, con paila y una caja de sardinas
mandadas expresamente desde Santurce por la popular Nerea’, que suponemos
será una sardinera, pescatera o similar.
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¡Sardinas en León! |
Esto ya es lo nunca visto. Para los no iniciados, el Día de
la Sardina es como un prólogo
de las fiestas de Santurtzi, cuando se asan sardinas al aire libre en las
calles ocupadas por las pailas (parrillas), repartiendose el pescadito gratuitamente
entre la gente, lo que genera un gran mogollón. Así que debió ser un puntazo hacerlo a más de 300 kilómetros de casa, sin olvidar la admirable coordinación y eficiencia necesarios para que toda la logística estuviese a punto justo el día señalado.
Lo que no sabemos es si contaban con los permisos municipales oportunos,
o lo hicieron por la brava. Pero en todo caso cepillarse las sardinitas junto al río tras los
once días de pateo tuvo que ser una experiencia para no olvidar.
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