El arranque del segundo día de camino no suele ser malo. Se levanta uno con el cansancio de la primera jornada encima, pero con un cierto ánimo, las ampollas seguramente todavía no han hecho su aparición y el asunto ya no nos pilla de sorpresa, sabemos lo que tenemos por delante… o creemos saberlo.
Apeadero cerca del Berrón |
La práctica totalidad de la jornada anterior hemos avanzado sin desniveles apreciables, remontando desde Santurtzi algo más de 200 metros en todo el recorrido; es decir, nada. Pero ahora habrá que empezar a comerse pendientes de más enjundia.
Foto con perro |
Villasana |
Pero en este caso la pausa no vendrá mal, porque ahora viene lo complicado.
Salimos de Villasana y la ruta gira hacia el oeste, siguiendo el valle, con los montes de Ordunte por el norte y la Peña por el sur. Por la izquierda queda Lezana de Mena, que Charly conoce muy bien de sus correrías por los alrededores; pero como nos lee nunca, no se dará por aludido, el tío. Enseguida la cosa se pone fea, porque tenemos que enfrentar las primeras pendientes serias; nos espera el PUERTO DEL CABRIO.
Santuario de Cantonad |
Valle de Mena desde la subida |
Pero esto no es todo, porque cuenta el narrador que ‘en el Cabrio nos cogió una tormenta que nos caló hasta los huesos’. Hay que imaginar el panorama: un aguacero en lugar tan inhóspito y desprotegido, con la pateada acumulada y los desniveles del puerto, es fácil suponer que alguien pueda pensar en rajarse: ‘Por nuestra mente voló el fantasma del abandono y volver a casa’. Como para extrañarse, y más teniendo en cuenta que sólo se llevan dos días de Camino, cuando todavía echarse atrás es una opción muy razonable.
Por si fuera poco, hay que apuntar otra circunstancia. El actual trazado del Cabrio es relativamente reciente; la antigua subida era bastante más dura, con sucesivas horquillas y desniveles más pronunciados.
Imagen antigua de la llegada a Bercedo |
Desconocemos dónde pernoctaron los caminantes pero, aunque los recuerdos son confusos, bien pudo ser en una especie de garaje medio inundado, lo que a su vez nos da pie para contar otra anécdota.
Parece ser que la comitiva iba acompañada de un perro llamado Lucky (casi seguro el de la foto). Nos cuentan que en cierta ocasión (bien pudo ser aquí en Bercedo) el pobre bicho, hecho polvo por la caminata, se acomodó a dormir sobre una silla porque el suelo estaba encharcado. En el transcurso de la ruta, parece que el animal se desplazaba adelante y atrás del grupo, como a veces acostumbran los perros, con lo que en realidad recorría quizá el doble de distancia y pronto acabó deslomado. Así que al cabo de las primeras etapas hubo que repatriarlo.
El sello estampado en la credencial –de la que hablaremos más adelante- es del Ayuntamiento de la localidad. Y, sin nos fijamos bien, vemos que el diligente funcionario establece la llegada en ¡las nueve de la noche!, lo que nos hace pensar dos cosas:
- que nuestros amigos llevaban un horario muy poco montañero (arrancar al amanecer y esas cosas), o bien que se eternizaron, sea en las paradas intermedias o bajo la tormenta del Cabrio
- y que, en la actual época de recortes y aumento de la productividad, el ciudadano que puso el sello nos sirve como ejemplo de dedicación a la cosa pública sin atender a horarios, Convenios ni derechos adquiridos.
Hay que imaginar esa noche, con la peña tiritando, y los más aguerridos tirando de motivación como Guardiola con los ‘300’ en la final de la Champions.
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