miércoles, 8 de enero de 2014

Camino '87 15ª Jornada: Foncebadón-Ponferrada (23,2 kms.)




Hacer el Camino, todo o en parte, andar durante sucesivas jornadas a razón de 20, 30 o 40 kilómetros cada una, tiene efectos inevitables. En un par de días aparecen las ampollas y rozaduras, que convierten el caminar en un suplicio, la mochila parece pesar una tonelada, las articulaciones se resienten, se hinchan los tobillos, uno raramente se alimenta bien y sobrevienen problemas intestinales, a veces se pasa hambre y sed.

Por no hablar del cansancio, ese cansancio infinito contra el que sabemos que nada podemos hacer, porque deberemos seguir andando, un kilómetro tras otro, decenas, cientos de ellos, con calor, con lluvia, madrugando y sin descansar bien ni suficiente.

Si todo esto ocurre hoy, en mayor o menor medida, cuando hacer el Camino es algo extendido y conocido por todos, se dispone de servicios más o menos suficientes para atender al caminante y uno circula casi siempre en compañía, cabe pensar hasta dónde se multiplicarían las dificultades hace un cuarto de siglo. Aunque se vaya en grupo, que siempre arropa un poco, y aunque se tengan veinte tacos.

Pero todas las adversidades quedan borradas en ciertas ocasiones.

Muy poco después de abandonar Foncebadón, en apenas un par de kilómetros estamos en MONTE IRAGO, cuya cima (afortunadamente) no hay que coronar, quedando por la derecha del itinerario. En unos minutos más, tras un par de curvas que ladean las lomas, se encuentra con otro lugar mítico, que en mi opinión es una de las recompensas a las que me refería: la CRUZ DE FERRO, el punto más elevado del Camino, a unos 1.500 metros de altitud.

La cruz en sí es un simple poste junto a una pequeña ermita, llamada naturalmente de Santiago. Pero su carácter especial proviene del montículo de piedras sobre el que se asienta. Según la tradición, cada peregrino transporta una piedra y la deposita a los pies de la cruz; es como dejar cada uno testimonio de su propio Camino, formando un conjunto que es la suma de experiencias acumuladas a lo largo de los siglos.

El grupo, con mucha piedra y poca cruz
Llegados a semejante lugar, se puede estar horas viendo los mensajes dejados por los peregrinos en las piedras. O, desde esta atalaya, sentir a nuestros pies todo lo recorrido y por recorrer, y pensar lo extremadamente lejano que queda, en el tiempo y en el espacio, el lugar desde donde empezamos a andar.

O se puede pensar que a partir de aquí todo será bajar, lo que constituiría un muy grave error.

Manjarín
En otros 3 kms. nos acercamos a MANJARÍN, otro pueblo fantasma, famoso porque hace años que un ermitaño (dicen que un templario, sí, habeis leído bien) instaló un albergue manufacturado en medio de las viejas ruinas. El pintoresco personaje, uno de los varios que se pueden encontrar en la ruta, fue de gran ayuda para los peregrinos cuando por la despoblada zona no había ningún tipo de servicios en muchos kilómetros, y su presencia otorga un curioso aire hippie al enclave. Desconocemos si en el 87 estaba ya allí.

Bajada hacia El Acebo
Poco después empezamos a descender, primero suavemente, atajando el camino las curvas de la carretera, y después de forma bastante vertiginosa y en línea recta, hasta EL ACEBO (km. 394), recogida y coqueta población con sus tejados de pizarra, de la que el narrador destaca la Fuente de la Truita y una señal que indica la dirección hacia la ferrería de Compludo. Por cierto, que la visita en cierta ocasión a esta ferrería tuvo bastante que ver, un poco por casualidad, con la afición senderista de quien esto escribe. Pero esa es otra historia.

Por algunos de estas caminos parece que a nuestros peregrinos del 87 les cayó una buena lluvia, y tuvieron que echar mano de las capas -elemento que puede ser importante no olvidar en el equipamiento-, con lo que se hizo posible tomar la foto que ponemos a continuación. Se diría que forman una columna de insectos jorobados, tal vez endémicos de los montes leoneses:


Ya estamos alrededor de los 1.000 metros, y aún seguiremos bajando, aunque ya más flojito, pasando por RIEGO DE AMBRÓS (km. 397), hasta llegar a la hermosa localidad de MOLINASECA (km. 399). Aquí desaparece el halo misterioso y algo intimidante de las solitarias montañas que acabamos de recorrer. El puente romano cruza sobre el río Meruelo (incluso tiene una especie de playita) y nos conduce a la Calle Real, flanqueada por edificios que rezuman nobleza.

Molinaseca: puente e iglesia
Una amiga decía que era un pueblo de muy buen ambiente peregrino, y con su insistencia en quedarnos allí casi nos desbarata la programación de toda la ruta. Pero la verdad es que es un clásico punto de concentración de los caminantes, lo que siempre resulta agradable –salvo que estemos buscando sitio para dormir.

Esto, claro está, si nos referimos a las dos últimas décadas, porque no sabemos exactamente con cuántos peregrinos se encontraría nuestro grupo de chavales. Pocos, de cualquier forma.

En todo caso, el relato no deja de destacar el aspecto social del Camino: ‘es quizá lo más característico y hermoso de todo el recorrido: franceses, germanos, andaluces, navarros… unos a pie, otros en bici, en coche, en grupo, parejas, solos, jóvenes, adultos, de la tercera edad… todos, por el Camino, hablábamos, nos ayudábamos, compartíamos, nos sentíamos unidos por un lazo e ideal común’.
La sensación seguro que la tienen muy fresca todos los que hayan hecho el Camino. Esa convivencia y buen rollo es efectivamente una de las notas definitorias de esta experiencia, quizá la que más sólidamente queda grabada en el peregrino.

Entre Molinaseca y Ponferrada hay sólo 7 kms., pero se hacen largos. Siempre en suave descenso –ya estamos en torno a los 600 metros- el camino es cada vez menos solitario, se van viendo grupos de casas y algunas granjas, y ya se intuye la proximidad de la ciudad.

Es de nuevo lo que llamábamos el síndrome del Camino, porque además tenemos que dar un cierto rodeo para acceder al núcleo urbano por el sur, atravesando el puente del Mascarón. Más edificios, pabellones industriales y barrios periféricos, hasta terminar de entrar de veras en la ciudad.

Una vista de Ponferrada
Llegamos finalmente a PONFERRADA (km. 405), de nuevo la civilización, que en esta ocasión quizá no nos resulte tan chocante como en León. Los romeros destacan, entre los muchos elementos del patrimonio histórico, la renacentista basílica de la Encina, el hermoso Ayuntamiento y, por supuesto, el espléndido castillo templario próximo al curso del Sil. 
El castillo











Estamos ya en el Bierzo, frontera con la deseada Galicia y fin de la segunda parte del Camino según el diseño realizado al principio, que el cronista define como ‘la más pintoresca y de mayor sabor romero de todo el Camino’ -aunque igual ésto hasta lo habíamos dicho antes.


Llevamos algo más de 400 kms. desde el Cantábrico, la mitad por caminos accidentados y más o menos improvisados de Bizkaia y Burgos, y casi otros tantos de sofocantes llanuras castellanas. Ahora parece que estamos cerca, pero nos falta un tercio justo para llegar al Obradoiro. Y tampoco será fácil. 



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