Hacer el Camino, todo o en parte, andar durante sucesivas jornadas a
razón de 20, 30 o
40
kilómetros cada una, tiene efectos inevitables. En un
par de días aparecen las ampollas y rozaduras, que convierten el caminar en un
suplicio, la mochila parece pesar una tonelada, las articulaciones se
resienten, se hinchan los tobillos, uno raramente se alimenta bien y
sobrevienen problemas intestinales, a veces se pasa hambre y sed.
Por no hablar del cansancio, ese cansancio infinito contra el que sabemos
que nada podemos hacer, porque deberemos seguir andando, un kilómetro tras
otro, decenas, cientos de ellos, con calor, con lluvia, madrugando y sin
descansar bien ni suficiente.
Si todo esto ocurre hoy, en mayor o menor medida, cuando hacer el Camino
es algo extendido y conocido por todos, se dispone de servicios más o menos
suficientes para atender al caminante y uno circula casi siempre en compañía,
cabe pensar hasta dónde se multiplicarían las dificultades hace un cuarto de
siglo. Aunque se vaya en grupo, que siempre arropa un poco, y aunque se tengan
veinte tacos.
Pero todas las adversidades quedan borradas en ciertas ocasiones.

Muy poco después de abandonar Foncebadón, en apenas un par de kilómetros
estamos en MONTE IRAGO, cuya cima (afortunadamente) no hay que coronar,
quedando por la derecha del itinerario. En unos minutos más, tras un par de
curvas que ladean las lomas, se encuentra con otro lugar mítico, que en mi
opinión es una de las recompensas a las que me refería:
la CRUZ DE FERRO, el punto más elevado del Camino, a unos
1.500 metros de altitud.
La cruz en sí es un simple poste junto a una pequeña ermita, llamada
naturalmente de Santiago. Pero su carácter especial proviene del montículo de
piedras sobre el que se asienta. Según la tradición, cada peregrino transporta
una piedra y la deposita a los pies de la cruz; es como dejar cada uno
testimonio de su propio Camino, formando un conjunto que es la suma de experiencias
acumuladas a lo largo de los siglos.
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El grupo, con mucha piedra y poca cruz |
Llegados a semejante lugar, se puede estar horas viendo los mensajes
dejados por los peregrinos en las piedras. O, desde esta atalaya, sentir a
nuestros pies todo lo recorrido y por recorrer, y pensar lo extremadamente
lejano que queda, en el tiempo y en el espacio, el lugar desde donde empezamos
a andar.
O se puede pensar que a partir de aquí todo será bajar, lo que
constituiría un muy grave error.
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Manjarín |
En otros 3 kms. nos acercamos a
MANJARÍN, otro pueblo fantasma, famoso
porque hace años que un ermitaño (dicen que un templario, sí, habeis leído bien) instaló un albergue
manufacturado en medio de las viejas ruinas. El pintoresco personaje, uno de
los varios que se pueden encontrar en la ruta, fue de gran ayuda para los
peregrinos cuando por la despoblada zona no había ningún tipo de servicios en
muchos kilómetros, y su presencia otorga un curioso aire hippie al enclave. Desconocemos si en el
87 estaba ya allí.
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Bajada hacia El Acebo |
Poco después empezamos a descender, primero suavemente, atajando el
camino las curvas de la carretera, y después de forma bastante vertiginosa y en línea recta, hasta
EL ACEBO (km. 394), recogida y coqueta población con
sus tejados de pizarra, de la que el narrador destaca
la Fuente de
la Truita y una señal que
indica la dirección hacia la ferrería de Compludo. Por cierto, que la visita en
cierta ocasión a esta ferrería tuvo bastante que ver, un poco por casualidad,
con la afición senderista de quien esto escribe. Pero esa es otra historia.
Por algunos de estas caminos parece que a nuestros peregrinos del 87 les cayó una buena lluvia, y tuvieron que echar mano de las capas -elemento que puede ser importante no olvidar en el equipamiento-, con lo que se hizo posible tomar la foto que ponemos a continuación. Se diría que forman una columna de insectos jorobados, tal vez endémicos de los montes leoneses:
Ya estamos alrededor de los
1.000 metros, y aún seguiremos bajando, aunque
ya más flojito, pasando por
RIEGO DE AMBRÓS (km. 397), hasta llegar a la
hermosa localidad de
MOLINASECA (km. 399). Aquí desaparece el halo
misterioso y algo intimidante de las solitarias montañas que acabamos de
recorrer. El puente romano cruza sobre el río Meruelo (incluso tiene una
especie de playita) y nos conduce a la Calle Real, flanqueada por edificios que
rezuman nobleza.
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Molinaseca: puente e iglesia |
Una amiga decía que era un pueblo de muy buen ambiente peregrino, y con su insistencia en quedarnos allí casi
nos desbarata la programación de toda la ruta. Pero la verdad es que es un
clásico punto de concentración de los caminantes, lo que siempre resulta
agradable –salvo que estemos buscando sitio para dormir.
Esto, claro está, si
nos referimos a las dos últimas décadas, porque no sabemos exactamente con
cuántos peregrinos se encontraría nuestro grupo de chavales. Pocos, de
cualquier forma.
En todo caso, el relato no deja de destacar el aspecto social del Camino: ‘es quizá lo más característico y hermoso de
todo el recorrido: franceses, germanos, andaluces, navarros… unos a pie, otros
en bici, en coche, en grupo, parejas, solos, jóvenes, adultos, de la tercera
edad… todos, por el Camino, hablábamos, nos ayudábamos, compartíamos, nos
sentíamos unidos por un lazo e ideal común’.
La sensación seguro que la tienen muy fresca todos los que hayan hecho el
Camino. Esa convivencia y buen rollo es efectivamente una de las notas
definitorias de esta experiencia, quizá la que más sólidamente queda grabada en
el peregrino.
Entre Molinaseca y Ponferrada hay sólo 7 kms., pero se hacen largos.
Siempre en suave descenso –ya estamos en torno a los 600 metros- el camino es
cada vez menos solitario, se van viendo grupos de casas y algunas granjas, y ya
se intuye la proximidad de la ciudad.
Es de nuevo lo que llamábamos el síndrome del Camino, porque además tenemos que dar un cierto rodeo para acceder al núcleo
urbano por el sur, atravesando el puente del Mascarón. Más edificios,
pabellones industriales y barrios periféricos, hasta terminar de entrar de veras
en la ciudad.
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Una vista de Ponferrada |
Llegamos finalmente a
PONFERRADA (km. 405), de nuevo la
civilización, que en esta ocasión quizá no nos resulte tan chocante como en
León. Los romeros destacan, entre los muchos elementos del patrimonio
histórico, la renacentista basílica de
la Encina, el hermoso Ayuntamiento y, por supuesto,
el espléndido castillo templario próximo al curso del Sil.
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El castillo |
Estamos ya en el Bierzo, frontera con la deseada Galicia y fin de la
segunda parte del Camino según el diseño realizado al principio, que el cronista define como ‘la más pintoresca y de mayor sabor romero de todo el Camino’ -aunque igual ésto hasta lo habíamos dicho antes.
Llevamos algo más de 400 kms. desde el Cantábrico, la mitad por caminos
accidentados y más o menos improvisados de Bizkaia y Burgos, y casi otros tantos de
sofocantes llanuras castellanas. Ahora parece que estamos cerca, pero nos falta
un tercio justo para llegar al Obradoiro. Y tampoco será fácil.
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