Hacer el Camino, todo o en parte, andar durante sucesivas jornadas a razón de 20, 30 o
Por no hablar del cansancio, ese cansancio infinito contra el que sabemos
que nada podemos hacer, porque deberemos seguir andando, un kilómetro tras
otro, decenas, cientos de ellos, con calor, con lluvia, madrugando y sin
descansar bien ni suficiente.
Si todo esto ocurre hoy, en mayor o menor medida, cuando hacer el Camino
es algo extendido y conocido por todos, se dispone de servicios más o menos
suficientes para atender al caminante y uno circula casi siempre en compañía,
cabe pensar hasta dónde se multiplicarían las dificultades hace un cuarto de
siglo. Aunque se vaya en grupo, que siempre arropa un poco, y aunque se tengan
veinte tacos.
Pero todas las adversidades quedan borradas en ciertas ocasiones.
Muy poco después de abandonar Foncebadón, en apenas un par de kilómetros
estamos en MONTE IRAGO, cuya cima (afortunadamente) no hay que coronar,
quedando por la derecha del itinerario. En unos minutos más, tras un par de
curvas que ladean las lomas, se encuentra con otro lugar mítico, que en mi
opinión es una de las recompensas a las que me refería: la CRUZ DE FERRO , el punto más elevado del Camino, a unos 1.500 metros de altitud.
La cruz en sí es un simple poste junto a una pequeña ermita, llamada
naturalmente de Santiago. Pero su carácter especial proviene del montículo de
piedras sobre el que se asienta. Según la tradición, cada peregrino transporta
una piedra y la deposita a los pies de la cruz; es como dejar cada uno
testimonio de su propio Camino, formando un conjunto que es la suma de experiencias
acumuladas a lo largo de los siglos.
El grupo, con mucha piedra y poca cruz |
O se puede pensar que a partir de aquí todo será bajar, lo que
constituiría un muy grave error.
Manjarín |
Bajada hacia El Acebo |
Por algunos de estas caminos parece que a nuestros peregrinos del 87 les cayó una buena lluvia, y tuvieron que echar mano de las capas -elemento que puede ser importante no olvidar en el equipamiento-, con lo que se hizo posible tomar la foto que ponemos a continuación. Se diría que forman una columna de insectos jorobados, tal vez endémicos de los montes leoneses:
Ya estamos alrededor de los
Molinaseca: puente e iglesia |
Esto, claro está, si nos referimos a las dos últimas décadas, porque no sabemos exactamente con cuántos peregrinos se encontraría nuestro grupo de chavales. Pocos, de cualquier forma.
En todo caso, el relato no deja de destacar el aspecto social del Camino: ‘es quizá lo más característico y hermoso de
todo el recorrido: franceses, germanos, andaluces, navarros… unos a pie, otros
en bici, en coche, en grupo, parejas, solos, jóvenes, adultos, de la tercera
edad… todos, por el Camino, hablábamos, nos ayudábamos, compartíamos, nos
sentíamos unidos por un lazo e ideal común’.
La sensación seguro que la tienen muy fresca todos los que hayan hecho el
Camino. Esa convivencia y buen rollo es efectivamente una de las notas
definitorias de esta experiencia, quizá la que más sólidamente queda grabada en
el peregrino.
Entre Molinaseca y Ponferrada hay sólo 7 kms., pero se hacen largos.
Siempre en suave descenso –ya estamos en torno a los 600 metros- el camino es
cada vez menos solitario, se van viendo grupos de casas y algunas granjas, y ya
se intuye la proximidad de la ciudad.
Es de nuevo lo que llamábamos el síndrome del Camino, porque además tenemos que dar un cierto rodeo para acceder al núcleo
urbano por el sur, atravesando el puente del Mascarón. Más edificios,
pabellones industriales y barrios periféricos, hasta terminar de entrar de veras
en la ciudad.
Una vista de Ponferrada |
Estamos ya en el Bierzo, frontera con la deseada Galicia y fin de la segunda parte del Camino según el diseño realizado al principio, que el cronista define como ‘la más pintoresca y de mayor sabor romero de todo el Camino’ -aunque igual ésto hasta lo habíamos dicho antes.
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