Lo de llegar al final siempre tiene algo de reconfortante y satisfactorio por el objetivo alcanzado, y otro tanto de triste por la aventura que termina. Pero tranquilos, no nos pondremos líricos más de lo imprescindible.
Vilamaior |
Pasamos VILAMAIOR y emprendemos una subida que se hace bastante poco
grata, por las instalaciones de TVG y TVE, y un recinto deportivo. Y llegamos
así al archifamoso MONTE DO GOZO, Monxoi en galego.
Hoy en día debe ser una especie de ciudad, con todo tipo de servicios y
una capacidad de alojamiento descomunal. En el 93 ya se construyó un enorme
albergue y un monumento bastante horroroso, pero en 1.987 era seguramente poco
más que una elevación medio desnuda con vistas a la ciudad. Es evidente que tampoco existían los diversos monumentos que ahora decoran (?) esta atalaya.
Pero claro, la gracia es que desde aquí se tiene la primera panorámica de
Santiago, lo que llevamos veintitantos días esperando. Así lo ve el narrador: ‘Desde él se divisan las torres de la
catedral. Cuando lo coronas y las ves a lo lejos altas, fuertes, esperandote,
sientes en tu espíritu una sensación de grandeza, de orgullo, de fe… No se
puede expresar en palabras… Los sinsabores, las penas, el cansancio, el clima,
la dureza de recorrer 600 y pico kilómetros quedan en el olvido’.
Aunque yo apuntaría que distinguir las torres exige un cierto grado de agudeza visual, es verdad que la sensación resulta potente: por fin están ahí, existen, vamos a llegar hasta la catedral sólo dentro de un rato. Los sentimientos son un poco a gusto del consumidor, e imaginamos que
entre los veinte expedicionarios habría todo tipo de reacciones.
Entrando en Santiago |
Cuidado, porque aquí asoma la ansiedad y el síndrome del Camino que ya comentamos
antes. En su momento nos advirtieron que no todo estaba hecho, que el
itinerario urbano se hacía muy largo, y así es. Damos vueltas por distintas
calles, cambiamos de dirección, casi ya ni vemos las flechas amarillas, parece
que estemos en Nueva York en vez de en Santiago. Esto no es el Camino, es un
coñazo.
Pero de pronto nos metemos por una especie de callejón, un pasadizo con
un pequeño arco y, de repente, flash! estamos en la mismísima plaza del
Obradoiro, con la fantástica catedral a nuestra izquierda. Hemos llegado.
A partir de aquí las sensaciones se multiplican y a cada uno le estallan
las suyas, propias e intransferibles. Si el Camino es una experiencia
fundamentalmente personal, la llegada a la catedral lo es en grado máximo.
Quizá la palabra emoción sea la única capaz de sintetizar todos los
sentimientos, pero el contenido de esa emoción es muy diferente para cada uno
de los sufridos caminantes que llegan a la meta. Si se me permite el recuerdo
particular, yo tengo la imagen de una compañera sentada en el suelo de la
catedral con su mochila al lado, y lo único que sentía eran ganas de llorar.
Nuestros amigos se lo montan de esta forma: ‘A las 7 en punto de un 23 de julio, todos los que salimos de Santurce,
entre la admiración de unos y las dudas de otros, formábamos un círculo en la Plaza del Obradoiro, frente
al Pórtico de la Gloria
del maestro Mateo, para comentar y mentalizarnos que habíamos llegado, que
estábamos allí en carne y hueso, y que nuestra ilusión de jóvenes se había
cumplido’.
La verdad es que, por algunas fotos que hemos visto, casi todos llegaron
con más hueso que carne. Pero, terapias de grupo aparte, sigo diciendo que cada
uno llevaría dentro de sí su propia historia, sus emociones, los pensamientos y
sensaciones rumiados a lo largo de tantos kilómetros.
Y la clave está, quizá, en algo que dice otro peregrino en la página
Entre Montañas: ‘En ese instante descubrí que el objetivo del Camino de Santiago no es
llegar, el camino en sí es la recompensa’.
Pues bueno, vamos terminando. Con o sin Camino, Santiago es una
fantástica ciudad, que enamora e impregna al visitante de sensaciones. Tras
pasarse tres días visitandola con un anfitrión que la conocía a fondo, el
retorno de nuestros chicos a Santurtzi parece que fue igual de emotivo que
la salida, o tal vez más. Las familias, amigos, alguna autoridad local que
nunca falta, viendo a sus chavales regresar, delgaditos y heroicos, después de
tres semanas de tan loca aventura.
No nos extrañe el sobresalto y la emoción. Sí, ya sabemos que hoy en día
hacemos el Camino y nadie nos viene a recibir, pero hacer la ruta jacobea ya no
tiene el mismo carácter que hace 25 años, es algo relativamente normal y no una
cosa descabellada como entonces.
Y por eso me ha gustado contar esta aventura y no cualquier otra, de las
miles y miles, parecidas pero cada una diferente, que se pueden contar sobre el
Camino.
Me agrado seguir tu relato del camino unos cuantos años antes que yo.
ResponderEliminarRealmente este camino empiezas con dudas, incertidumbres, según pasan las jornadas eso ya no importa, te centras en el día a día, la etapa final es el día más extraño de todos, te sientes raro, quizás son días repitiendo los mismos objetivos la meta conseguida las despedidas etc.
Esta sensación la sienten todos, incluso si como en mi caso continuas a Fisterra.
Como me dijo un alberguista; Al quinto día no pensaras lo mismo que el primero, que razón tenía.
Los sentimientos son quizá parecidos para todos, pero al mismo tiempo cada uno lleva su película. Eso sí, la última etapa y la llegada son imborrables, todo un chute de sensaciones bastante fuertes y que nunca se borran.
ResponderEliminarYo creo que el Camino es algo que, de una u otra forma, hay que hacer, es una experiencia que no tiene igual.
No estaría mal que alguno de nuestros viejos amigos de Santurtzi nos contara aquí cosas de su aventura... si es que alguno la ha leído, claro.
Muchas gracias por tu aportación.